lunes, 24 de abril de 2017

Lionel Messi: El Súperhombre

Lionel Messi es el súperhombre que definió Nietzsche.




23 de abril de 2017. Partido de la Liga Española: 

Real Madrid 2-3 Fútbol Club Barcelona.



Messi recibe un codazo de Marcelo que le corta el labio.

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Messi recibe el pase de Rakitic, se anticipa a Modric, y después, recorta a Carvajal en el área grande y bate a Navas con un disparo con el interior del pie. El súperhombre pone el 1-1.

Tras la galopada de Sergi Roberto, éste, cede a André Gomes; Jordi Alba le dobla y recibe el balón del portugués, y el lateral azulgrana, conecta un pase con Messi, quien en la terraza del área grande bate a Navas, de nuevo, con otro disparo con el interior; la pelota entra ajustada al palo. Faltaban 12 segundos para el pitido final. Era el minuto 91:48 en una prolongación de 2 minutos. Messi ondea su camiseta al viento de los dioses griegos ante el pueblo madridista, que presencia, la reencarnación del súperhombre que siempre buscó Nietzsche, y que en Messi, lo halla a través del arte futbolístico.



El súperhombre es el individuo que jamás se rinde. Es el que lucha siempre y jamás pierde la fe en sí mismo, sobre todo, en las circunstancias más antagónicas. 


Messi nunca perdió su creencia interior, y por ello, como máximo valedor del progreso de su autoconocimiento puso el balón en la red en el minuto 91:48, a 12 segundos del final: el gol de la victoria en el templo del peor enemigo.


A Messi le partieron el labio en un codazo cuyo intencionalidad (de Marcelo) quedó en el páramo de la ambigüedad, y ello, le provocó que su nivel bajara. El Madrid se adelantó en el marcador por obra de Casemiro, quien cazó un rechace que dio en el palo, tras un remate de Sergio Ramos. Pero el súperhombre no se amilana, agarra la manija del partido y empata el encuentro tras cabriolear a toda la defensa merengue.


El súperhombre conoce sus limitaciones y los delirios del destino, pero no se deja arrastrar por una moral ambigua ni por ningún resentimiento. Vacía todos sus malestares y fecunda ceguera hacia todas las pulsiones negativas o de resignación, y cree en su fuerza y su poder, aniquilando la debilidad intrínseca del hombre corriente. El súperhombre es un mesías llamado Messi. Y lo es, porque guerrea contra su yo fracasado, porque niega, incluso en la situación más jodida que un gol agónico es imposible, incluso en el santuario del equipo hostil número 1. Messi es creer en la lucha, y luchar, asesinando a todos los impulsos nihilistas pasivos de rotura interior, a todo desánimo involutivo, y eso, es lograr ser un súperhombre. Y Messi lo demuestra con el gol decisivo.


Así, en el 2-3, el gol del astro argentino, que es la estrella modesta que centellea en lo alto para hacer trotar a todo un equipo, supone la rúbrica de que él es el súperhombre, pues nunca se arrugó a pesar del empate madridista en el 85 por obra de James, y con el aliciente de que el Madrid estaba con 10, tras la brutal entrada del irracional Ramos contra el propio Messi, quien se desnortó por la frustración de no poder parar a la deidad con forma humana que sobresale del resto de mortales.

Messi esperó el balón en la zona idónea, su sexto sentido le susurró que en esa parcela del área, justo en la terraza de la misma, recibiría un pase raso, y cuando lo heredó, percutió con la fibra de un súperhombre y lo metió dentro.


Messi luchó en todo momento contra la vileza del tiempo, en 2 minutos de descuento más que discutibles por parte de los jueces, y luchó contra el alevoso pasado, contra la decadencia del decir "no es posible", contra la amargura de verbalizar en el subconsciente que "todo está perdido". Él inició la jugada, aguantó, esperó el balón, y al recibirlo, no perdonó: porque las bestias salvajes nietzscheanas no tienen compasión, y no ejercen piedad, no se desalientan ante el infortunio y luchan hasta más allá del aullido del silbato.


Messi, en su autoconocimiento, sabe que es el mejor del mundo, pero sin su voluntad de potencia, y su voz de lucha, que sonoriza a través de los pies y del subconsciente de continua disputa, no podría serlo. El de Rosario combate contra las postraciones del destino, y sin esa alma bélica no sería el súperhombre que es.

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