martes, 31 de enero de 2017

Los contravalores que irradia el madridismo

La entrada violenta de Isco, a consciencia, contra Gabi, recibió la alabanza del público madridista en el Santiago Bernabéu.





En España, desgraciadamente, florecen unos contravalores que se han adueñado de los valores. En parte, ése es nuestro principal problema. El que tiene dinero o construye su yo agrediendo y pisando al otro, es considerado un crack, mientras que el pobre se tacha de muerto de hambre, y el educado y noble que no amedrenta al otro es tachado de pringado. Es una cultura impuesta por el miedo y extendida por la ignorancia, la que nos empoza en el abismo intelectual, moral y espiritual.

Ante esto, una acción desmedida, violenta, injustificada y miserable, fruto de un decadente muy débil, que además, comete una entrada de manera cobarde, por detrás, no es considerada como un acto repudiable, sino todo lo contrario, es loable para el público,  que lejos de disipar dudas vitorea el nombre del infractor, mostrando reverencia por el agresor de cariz ominoso.

La parroquia madridista, que en los octavos de final de la Copa del Rey, de la temporada 2014-2015, cayó ante el Atlético de Madrid, celebró la entrada criminal de Isco contra Gabi, cuando el Real Madrid necesitaba 3 goles para remontar la eliminatoria y ya se rozaba el descuento. Si hubieran necesitado un gol, Isco no habría hecho esa entrada, por la que sólo recibió la amarilla, lo que es incomprensible.

¿Por qué se aplauden acciones violentas? Quizás porque el Sistema sin una ciudadanía violenta, de contravalores agresivos e inmorales no podría dirigir desde la cueva, y no podría avivar el conflicto que despelleja a la plebe, bajo escudos y símbolos, mientras los poderosos se forran y se desternillan, viendo como los de abajo se machacan los unos a los otros.

Lo que está claro es que los contravalores son ensalzados como valores en el español generalista, con la excepción de una minoría pensadora, de nihilistas activos por convicción y eremitas que podrían salvar a la nación, pero que nunca exhalarán un micrófono. 

El Real Madrid es el equipo con más seguidores de España. Su filosofía se impone a golpazo de billetera, fichando a los mejores jugadores del mundo, desechando, los productos de la cantera. Su afición, en cantidades mayoritarias, es, en muchos casos egotista: presume de títulos y victorias. Ahora bien, ¿cuál es el mérito cuando se tiene toda la plata para poseer? Aunque, bueno, el Fútbol Club Barcelona es la otra mitad del pomelo, con la diferencia, de que allí se aprecia al jugador de casa.

La glorificación del público a Isco, por su entrada misérrima a Gabi, es el síntoma palmario de que la sociedad está plantada en una cultura decadente, donde el atentado hacia el otro es considerado como meritorio. 

¿Ponemos a un chulo y a un noble en una cancha o en mitin para ver a quién aclaman y a quien desprecian? ¿Ocurrirá alguna vez una acción de este tipo y será abucheada por el público? Eso, en el Bernabéu, difícil, al parecer. Y luego iremos diciendo por cafeterías y parques que hay mucha corrupción, que se han perdido los valores, que la cosa está podrida, y todo, mientras se llama pringado, al que respeta, y crack, al que agrede. Que mal hace la codicia en ésos y ésas que sólo quieren dinero y victoria, a costa de lo que sea. Y si se roba para fichar, mejor; y si me roban para que mi equipo fiche más, mejor todavía. Si con ello puedo pisar al otro y sentirme superior, con una victoria que además, no es mía, sino de los ricos y los poderosos, pero, bueno, eso, me suda el hocico del culo.

¿Creéis que no se repitió lo de Isco? En la temporada 2015-2016, perdía el Real Madrid 0-4 contra el Barcelona, en el Bernabéu. Casi era el minuto 84, e Isco le soltó una patada criminal a Neymar, a consciencia, a la altura de la rodilla. Esta vez, el árbitro le expulsó, pero la grada lo tuvo claro, en su mayoría: Ovacionar a Isco. ¿Para la cultura merengue hacer eso es de crack, no?


lunes, 30 de enero de 2017

¿Puede un futbolista asesinar en una cancha de fútbol?


Javi Navarro casi asesina a Juan Arango de un codazo espeluznante.



Javi Navarro, capitán del Sevilla fútbol Club, da un codazo semi-mortal a Juan Arango, del Real Club Deportivo Mallorca, en un partido liguero del año 2005. 

Un golpe realizado a consciencia, y que tuvo como resultado: unas convulsiones terroríficas, un paro respiratorio, y una hemorragia en el hueso malar derecho. Pudo haber sido asesinado en un campo de juego. El jugador del equipo balear acabó en la UCI, donde fue entubado, y gracias al equipo médico, siguió existiendo.

Este es el vídeo de la violenta acción:





A continuación, la secuencia en imágenes:








La mezcla de libido y destructividad dan nacimiento al sadismo. Javi Navarro fue un defensa autoritario. Discípulo de Pablo Alfaro, construyó su personalidad en base a la agresividad desmedida en el cuerpo a cuerpo. 

En la entrada a Juan Arango, Javi despliega su codo para golpearle, escudándose en una fachada defensiva que es poco creíble. No creo que quisiera realizar la acción que hizo, en su gradación tan alta y salvaje, pero cuando se desinhibe la violencia, con toda su libertad intangible, acciones de este tipo pueden suceder. El golpe es tremebundo y las convulsiones de Arango escalofriantes. Navarro, se da cuenta rápidamente de su desmedida actuación y pide ayuda, siendo el primero en socorrer al jugador venezolano.

La violencia humana está ligada y edificada, en base, a su constitución imaginaria; es inherente a una identificación propia. Javi Navarro fue reconocido por sus métodos impulsivos. Su filosofía narcisista trinca, directamente, de un modo de pensamiento en el que se agrede al Otro para protegerse uno, pero en verdad, en muchas ocasiones, sus lances intimidatorios tienden a neutralizar al adversario, y congelarlo, de forma implacable.

La cadena de significantes de Javi Navarro se rompe, y la agresión se convierte en una forma de blindaje que trata de diluir los ataques rivales, con el fin de escudar a su cancerbero. Cuando dicha cadena se rompe, sobresale un motivo, en donde la incapacidad por construir, hace que se busque la posibilidad destruir, buscando a un objeto perdido a costa de cualquier método de aplicación. El instinto de supervivencia tacha la posibilidad disciplinaria y pretende abrigar la agresión como forma indirecta de guarecer toda inventiva exterior.

En un campo de fútbol se lucha para ganar. El grito y la patada mutilan a la palabra, y con ella, se deshoja toda posibilidad de sublimación de la agresividad. Y en este sentido, Javi Navarro representa su realidad a su modo, bajo unas leyes morales que se justifican por su eficacia, aunque los medios sean salvajes, puesto a que el deseo que trata de obtener es el de la victoria, y la raíz de la misma, está en la pulverización del Otro.

La agresión de Javi Navarro es una transformación de su libido que el yo violento digiere, y se expresa, en su relación con los objetos; que son sus oponentes de profesión. Por tanto, el sentimiento libidinoso pasa a ser un acto destructivo en una mente cuyo superyó, juez supremo del yo, funciona con benevolencia en un sujeto violento, a diferencia del resto.

Curioso es que Javi Navarro no viera ni la amarilla por esa acción, y aunque le expulsaron cinco partidos, pudo haber sido atacado por lo penal. Arango tardó dos meses en volver a una cancha, y como dijeron los médicos, su vida se tambaleó entre la vida y la muerte. Un puñetazo o un codazo puede matar, y un campo de fútbol no está exento de ello.

Javi Navarro, cercioró, que sin límites autoimpuestos en su psique, podría fertilizar una acometida contra el Otro de consecuencias funestas. Desde esa acción, su superyó se hizo más visible, con un semblante juicioso más severo. Midió mucho más sus lances contra el Otro.

Las pulsiones más salvajes viven en la oscuridad del inconsciente, y encuentran salida, en la agresividad más desgarradora. Ellas, habitan en el sujeto cuyas normas morales han sido cercenadas, y se ejercitan, mediante el acto, como modo de plasmar la acción más violenta.

La agresividad sublimada puede producir angustia, y esta señorita, es municionada, cuando el acto de repetición siembra en la estructura psíquica interna del sujeto, un acto de repetición que sólo ilumina la agresión contra el Otro, como método factible para el cumplimiento del deseo. La materialización de impulsos agresivos están alimentados por la identificación con un yo ideal destructivo, donde toda cesión es sinónimo de muerte, y toda causología violenta, es un motivo para obtención de poder.

La violencia de Javi Navarro se significa a través de un cuerpo, pero su codazo, es sólo la manifestación de haber realizado lo que hay en su imaginario iracundo, donde parpadean imágenes de aniquilación. El codazo es la palabra que sale, se simboliza con un acto agresivo; y la violencia intrínseca en él, es una realidad palpable para nosotros, que vemos, a través de un vídeo, (que representa la acción), un golpe brutal. Pero, lo real, que es la brutalidad interior que brota de la mente del defensa, no es inalcanzable. 

Si Arango hubiese muerto no sé si habríamos hablado de homicidio, pero mi pregunta es: ¿Puede un futbolista asesinar en una cancha de fútbol? La respuesta es sencilla, pero la explicación de cómo se llegaría a esa hipotética acción, es mucho más compleja.

El penalti de Raúl y la maldición española: Eurocopa 2000


Este vídeo resume el partido de España y Francia del año 2000. Las naciones vecinas, enfrentadas bélicamente en la historia, se vieron las caras en los Cuartos de Final de la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda. Francia ganó a España 2-1, con el recuerdo, del célebre penalti de Raúl González, errado en el minuto 89, que nos conducía,directamente, a la prórroga. 





A continuación, se muestra la secuencia del penalti que erró Raúl, y que nos hubiera dado el empate ante Francia y la apertura a la prórroga:









En el minuto 89 de los Cuartos de Final de la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda, España perdía 2-1 frente a la todopoderosa Francia, recién campeona de su Mundial, de 1998. Abelardo, que actúaba de delantero centro con toda la voluntad de potencia recibe el penalti más burdo de la competición, de la zarpa de un destartalado Barthez. Es la oportunidad de oro, pero hay un problema, ¿quién va a lanzarlo? La escena se simboliza con estos cuatro personajes:


Gaizka Mendieta

Alfonso Pérez

                                                             Pep Guardiola

Raúl González


La maldición de España estaba escrita. Camacho había sustituido al especialista de penales: Mendieta; el hombre que nunca fallaba en los 11 metros. Él había transformado el 1-1 cuando Thuram frenó en falta, dentro del área grande, a Munitis, una ardilla que revolucionó, que volvió loca a la defensa gala. 

Camacho dejó que los jugadores decidieran. Alfonso miró detenidamente a Guardiola, y percibió del catalán, una señal de rechazo; sus ojos descendidos en el césped, fueron un síntoma, de que no estaba en la presión sanguínea adecuada como para ejecutarlo. Fue Alfonso el que quiso tirarlo, se veía con el ego engrandecido tras haber logrado la clasificación de España a cuartos, contra Yugoslavia, con una volea magnífica a 10 segundos del pitido final, en una pelota que colgaría Guardiola, con el carácter bizarro inyectado por Camacho, y que ahora, enflaquecía por la gran responsabilidad.

Alfonso quiere tirarlo pero Raúl González, que sólo había marcado un gol en cuatro partidos, contando el de Francia, se sentía capacitado; se veía seguro de llevarlo a la red. Guardiola le acompaña, y el madrileño coloca con mucha ternura el balón. Engaña a Barthez, pues se tira al lado contrario, pero al tratar de buscar la escuadra, lo lanza fuera. Barthez, maleducado en lo personal y farolero en lo futbolístico, se puso a gritar delante de Raúl, hasta que el caballero Blanc le mandó a callar. Curiosamente, España llega incluso a tener una oportunidad más, de la cabeza de Urzáiz pero, se va fuera. Y por tanto, la maldición siguió, en el año 2000, escribiendo su página negra para el fútbol español.

A continuación, ofrezco un resumen de lo que fue el partido:


Aranzábal recibió la reprimenda de Guardiola; pues el donostiarra, hizo una falta patética contra Dugarry, cuando éste estaba rodeado de soldados rojos, y no tenía posibilidad alguna de hacer nada: el francés sacó oro de esa jugada. A pesar de las advertencias de Guardiola, la barrera no salta lo suficiente y Zidane marca el 1-0, de falta. La pelota entra por la cabeza de Alfonso. Cañizares pudo hacer mucho más, no midió bien la salida de golpeo de balón. Esta imagen muestra el golazo. Era el minuto 32.

Mendieta logra el empate 1-1 seis minutos después, en el 38. Guardiola nutría toda la ofensiva española por la banda de Munitis, pues Mendieta, estaba muy tapado por el vasco-francés Lizarazu. Munitis agitó, sobremanera, a Thuram, quien lo arrolló cuando escondía el balón en el área. Mendieta da un toque suave con el interior y engaña a Barthez. En la celebración del empate, Raúl grita a Guardiola: "¡Vamos!", y el catalán, le da una palmada en la cara, y después, felicita al vasco con otra carantoña.

Pero Djorkaeff sentencia en el 44. Es un gol psicológico. Guardiola envió, con su elegancia exquisita, un balón hacia Mendieta pero, fue interceptado por Lizarazu. Éste cedió para Vieira, que tras aguantar la embestida de Abelardo, cedió a un lateral del área grande, donde se había desmarcado Djorkaeff, quien tras controlar fusiló a Cañizares soslayando una oposición laxa de Aranzábal. Se la metió en su palo, por lo que el guardameta hispano se la comió. En la imagen, Djorkaeff es la detonación de la alegría. Guardiola, al fondo, desenfocado, es la imagen de la desolación.


El partido ofreció opciones para los dos equipos pero Francia fue superior. La principal amenaza fue Zidane, y Guardiola, apenas pudo reprimirla. Las diagonales en las que el astro francés, de origen argelino, iba demoliendo jugadores hispanos a toda velocidad, con una técnica inigualable en los pies, fueron un atentado constante contra el área de Cañizares. Sin embargo, hemos de recalcar, que España pudo marcar, al menos, en dos ocasiones claras. En una de ellas, Guardiola entrega el balón a Alfonso, y éste, a Raúl, que con su famosa cuchara, picó un balón de vaselina que Barthez sacó de milagro: iba para dentro. En otra, Guardiola sacó un córner y Abelardo de cabeza ya tenía batido a Barthez, pero el muro Desailly, con su pecho, lo frenó, y la pelota no acabó mordiendo la red.


Esta foto refleja al 10 de España, Raúl, que no pudo marcar de penalti, contra el 10 de Francia, Zidane, que anotó un golazo de falta. El héroe español no pudo a los 11 de metros lo que el paladín galo sí pudo frente a toda una barrera de soldados rojos. Guardiola mira atento la genialidad futbolística de Zizou, y aunque buscó la manera de conectar con su íntimo compañero Raúl González, el puente bélico Guardiola-Raúl no dio ningún fruto. Ambos, en la segunda parte, tuvieron una buena oportunidad, cuando Zizou cometió falta contra Etxeberría cerca del área francesa. Pero en la ejecución de la falta, Guardiola dejó pasar el balón y Raúl golpeó con su zurda al palo que cubría Barthez, quien atajó sin dilaciones. Fue una chapuza.

Y llegó la decepción. Collina pitó el final y España de nuevo se quedaba a las puertas de hacer algo histórico. Algo estaba claro, y es, que quien ganara ese partido ganaría el torneo. Francia terminaría ganando 2-1 a Italia en la final.

Este cartel escenifica la voluntad de potencia de los dos equipos a través de sus dos cerebros: Guardiola para España, y Zidane para Francia. Guardiola recuperó muchos balones, dirigió a su equipo y fue preciso en sus pases, pero no fue determinante como Zizou, quien aparte de marcar un gol, donó a la audiencia un brutal espectáculo, con todo un recital de controles mágicos y jugadas de videojuego.


¿Y qué le faltó a España para ganar? Te lo diré. Camacho se equivocó al no convocar a Fernando Morientes para el torneo europeo. El delantero del Real Madrid hubiera dado otra movilidad en la delantera, de haber entrado en la segunda parte por Alfonso o Raúl. Además, fue un error alinear a Aranzábal en vez de a Sergi, pues el vasco demostró deficiencias notables, inseguridad e incapacidad técnica con el balón en los pies; y todo ello, sin olvidar a Cañizares, quien hizo un partido lamentable. Molina, que había sido crucificado por Camacho, tras su fallo en el primer partido contra los noruegos, en una salida a por el balón desafortunada, que supuso el gol de la derrota, podría haberse resarcido; y quién sabe, si hasta Iker Casillas, de 19 años, habría realizado el partido de su vida. 


Si a esto le sumamos, la lesión de Luis Enrique, que le impidió ir a la competición, y que habría dado nervio y numerosos efugios por la banda; y la de Hierro, en plena eurocopa, que cohesionaba con presteza la defensa y el medio campo, y que habilitaba con maestría a Guardiola, siendo un pulmón que oxigenaba desde la primera línea, ayudando, para que Pep pudiera vertebrar mejor al equipo, y que, además, daba salida al equipo con balones largos (algo que Paco Jémez no hacía, pues estaba muy limitado), España, habría tenido más opciones. Aunque la historia siempre la escriben los que ganan, y las excusas, no justifican el dolor de la derrota entre los gladiadores.

martes, 10 de enero de 2017

Guardiola y Zidane: Dos filosofías del mediocampista




Guardiola y Zidane, de tú a tú, el 25 de junio de 2000, en el partido que midió a España y a Francia en los Cuartos de Final de la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda. El francés derrotó al español, en un pugilato histórico, entre dos cerebros supremos que tradujeron dos filosofías del balompié.


Guardiola y Zidane son dos voces heterodoxas unidas por una excelente visión de juego. Guardiola es el filósofo del temple, el que exprime la sencillez del fútbol en toda su completez, buscando al jugador más próximo a su posición, arriesgando, sólo, cuando su preconsciente ha permitido filtrar que la idea de introducir el balón es la más jugosa. En otro término está Zidane. Él es más aventurero y posee más calidad. El astro francés lanza diagonales, regatea y conduce el balón llevándose a rivales: es un mediocentro ofensivo, con llegada al área y con el gatillo siempre encendido por su aliento.

En el partido frente a España, Zidane ofreció todo un recital de controles y pases. Se cambiaba la pelota de pie a pie, con el hechizo de un ambidiestro dotado de una calidad técnica celestial. Ejecutó un pase con el empeine espectacular. Sus cambios de juego y sus balones largos siempre obtuvieron recepción. Pero sobre todo, realizó jugadas de videojuego. Era el mejor del mundo. Campeón del Mundial de 1998, celebrado en su país, con dos goles suyos en la final ante Brasil

En una acción, Zidane recortó con el taco ante Munitis y llevándose la pelota con un toque de interior con la diestra, combinado, con otro toque interno, con la zurda, se deshizo de Pep Guardiola, en la línea lateral del área grande, y colocó un centro peligroso en el área. Por no hablar de sus diagonales, donde en una de ellas se marchó por velocidad de Guardiola, quien corrió detrás suya sin poder arrebatarle el esférico, para que después Zizou se marchara de Abelardo, y su jugada se truncara en falta al deshacerse de Paco Jémez con una pared.

Guardiola le midió de cerca, trató de frenar todos sus avances, y aunque Zidane se deslizó por todo el campo, por banda derecha e izquierda, controlando balones desde 40 metros y tratando de hacer paredes que en la mayoría de ocasiones no pudieron materializarse por Abelardo y Aranzábal, su fútbol siempre estuvo presente: fue el motor de Francia. Ya decía Guardiola que él era la bombilla de los galos. 

Sería Aranzábal, algo candoroso, quien cometería una falta absurda cerca del área sobre Dugarry, y el vasco, recibió la bronca de Guardiola, ya que la infracción era de lo más estólido, debido a que Dugarry estaba rodeado por la infantería española y no peligraba en nada su ataque, sólo podía retroceder pero sacó petróleo. Zidane tiró la falta y la puso cerca de la escuadra. Cañizares se estiró tarde, pudo haberla sacado, pero midió mal el golpeo de salida del balón. Guardiola se enfureció con la barrera al no saltar todos sus miembros, en especial, con Alfonso Pérez, ya que la pelota se coló precisamente por su cabeza no izada ante el disparo del francés. 

Guardiola creó peligro para España. Dio un pase a Alfonso, que éste entregó a Raúl, quien con su habitual cuchara, la elevó por encima, y Barthez, la sacó en un salto enérgico de milagro: un poco más alto y hubiera acabado dentro. Además, Pep envió muchos pases a Munitis, de donde vino todo el peligro de España, pues el pequeñín estaba protagonizando la locura en la banda de Thuram, quien finalmente cometió penalti sobre el cántabro, tras un recorte del 9 español. 

El especialista Mendieta la metió dentro, con un toque suave con el interior y sin mirar a los ojos del cancerbero. Barthez se extendió al mismo lado donde Mendieta había lanzado en el partido anterior frente a Yugoslavia, pero el vasco cambió hacia el otro hemisferio. Raúl fue el primero en abrazar a Gaizka Mendieta, y al llegar Guardiola, el madridista le gritó al barcelonista: ¡Vamos!, con la respuesta, de una tortita cariñosa en la cara, que Pep le regaló a su íntimo amigo, abrazando después a Mendieta, por su inteligencia en la ejecución: un valor que Guardiola siempre realza.

Con el 1-1 el partido se puso muy igualado. Guardiola y Zidane vertebraban a sus equipos con el fin de proteger el balón, mantener la posesión y así alejar el peligro de sus áreas. Los dos cerebros calibraron para sus equipos la defensa más numantina. 

Pero en el minuto 44, Guardiola cambia de banda y busca a Mendieta, en un pase del 4 español con el interior, en el que la pelota hace una parábola magnífica: Pep da el pase con la mano izquierda flexionada y las falanges separadas y extendidas, y la mano derecha estirada, con los dedos juntos en forma de bol. Pero Lizarazu se adelanta y lo intercepta. El vasco-francés cede para Viera, y éste encuentra a Djorkaeff, quien recibe dentro del área grande, escorado a la izquierda y remata ante la oposición de Aranzábal que no puede rechazar. Santiago Cañizares se la come en su palo: una decepción. Incomprensible que Camacho no alienara a Sergi Barjuán.

Por otra parte, Guardiola lanzó un córner con la elegancia de siempre, con el estilo de un marqués que hace danza clásica, y halló un cabezazo de Abelardo magnífico pero que retuvo la muralla de Desailly. En otra jugada, Zidane cometería falta sobre Etxeberria, cerca del área, y la jugada capitaneada por Guardiola y Raúl tuvo una ejecución desastrosa: Guardiola corrió hacia el esférico y dejó pasar el balón entre sus piernas para que Raúl rematase al palo de Barthez, quien atrapó sin problemas. Una acción previsible que no inquietó lo más mínimo.

Sin embargo, en el minuto 89 llegaría la gran oportunidad para España. Etxeberria pondría un balón en el área, que tras el cabezazo de Urzáiz, tocaría Abelardo levemente con la testa, pero que Thuram interceptaría para Barthez, a quien se le escaparía el esférico, y ante la presión de Abelardo acabaría cometiendo el penalti más tonto e inimaginable, sujetando la pierna del capitán hispano. Mendieta había sido sustituido para desgracia de los hispanos, así que Guardiola, que ya había marcado frente a Suecia, de penalti, en un partido amistoso previo a la eurocopa, se perfilaba como ejecutor, pero no se encontraba en las condiciones psicológicas necesarias para lanzarlo. Alfonso se dio cuenta de ello y quiso tirarlo, pero Raúl González agarró la pelota. El final es que lo lanzó a la grada, buscando la escuadra, cuando Barthez se había lanzado al palo contrario, un fracaso espeluznante. Francia pasó a la Semifinal y ganó el torneo después, con Zidane renombrado como mejor jugador de la competición. España, una vez más, se quedaba a las puertas.

Guardiola y Zidane se intercambiaron las camisetas. Dos jugadores que imbricaron dos filosofías en el fútbol. El primero representado por el jugador cerebral, mediocentro clásico, que desde el semicírculo, por delante de la defensa, organizaba el juego de su equipo buscando la opción más sencilla; y el segundo, el mediapunta, definido pos su verticalidad, su capacidad ofensiva, su toque malabarista, su enorme calidad técnica con ambos pies, sus controles de brujo y su increíble potestad para arrastrar rivales en velocidad con ambas piernas.

Guardiola fue a Xavi lo que Zidane fue a Iniesta. Dos filosofías que nacieron con Pep y Zizou, lástima que el Barça no fichara a Zinedine Zidane, sobre todo, tras tener en sus arcas los 10.270 millones de las antiguas pesetas, que engrosó el equipo catalán tras la venta de Luis Figo al Real Madrid. Que lujo habría sido haber visto en un mismo plantel a Guardiola y a Zidane, y haber presenciado, la fusión de esas dos líneas de pensamiento. En la temporada 2001/2002 el Real Madrid ficharía a Zidane por 13.000 millones de pesetas.

domingo, 8 de enero de 2017

Maradona en Sevilla: Lectura Psicoanalítica


Diego Maradona celebra un gol con el Sevilla Fútbol Club en la temporada 1992/1993.



La vida de Diego Armando Maradona siempre anduvo en turbulencia. En 1991 fue castigado con  15 meses de suspensión al dar positivo por cocaína en el Nápoles. Tras cumplir la sanción, decidió marcharse de Italia, al asegurar, que había sido víctima de una venganza mafiosa por parte de gerifaltes oscuros del Alto Poder italiano, que embistieron contra él, tras haber eliminado a la azzurra con su Argentina, en las semifinales del mundial de 1990, celebrado en la tierra itálica.


En 1992, regresó al fútbol, y su destino fue el Sevilla Fútbol Club. Equipo que pagó 750 millones de las antiguas pesetas por él, más del 50% del presupuesto para fichar que tenía en las arcas el conjunto sevillista. Bilardo, entrenador del equipo de Nervión, campeón del mundo con Argentina en 1986, de la mano de Diego, fue su máximo valedor para que fuera a Sevilla. Además, el pelusa ya conocía al Reino de España, el Sevilla no era un equipo monárquico y la tierra andaluza recibía bien a los mestizos; Simeone, que antes de colchonero fue sevillista, era un compatriota que también le esperaba.


En su primer partido, un amistoso frente al Bayern de Munich, de su amigo Matthäus, recibió un homenaje espectacular en el Pizjuán, acaparando las videocámaras de medio mundo. Mandó un balón al larguero de falta, dio una asistencia de gol a Suker y concedió todo un recital de pases. Estaba gordito, pero, era la mejor zurda del mundo. 
La imago y el dolor inconsciente de Diego vino al final del partido, cuando fue entrevistado camino a los vestuarios, y lloró, señalando, que por tropelía exterior o fallo interior no había podido hacer lo único que le ligaba a lo real: jugar al fútbol.


Maradona fue nombrado capitán del Sevilla. El superego del líder reinaba en las llamas de su corazón. Por supuesto, jugaba con el 10 sempiterno besando a su espalda. 

En el imaginario de los rivales estaba la presencia del jugador con más calidad del mundo. Ahora bien, físicamente estaba mal, se notaba su sobrepeso: una panza que fue creciendo y decreciendo a lo largo de la temporada. No tenía la velocidad ni la agilidad que sí florecía en su juventud: el gol del 86 frente a Inglaterra era imposible que pudiera hacerlo. Y además, en situaciones claras de gol, le faltaba la frescura para materializar; fallaba como hombre nietzscheano fisiológicamente viejo y enfermo. Eso sí, su técnica inimitable perduraba, no había desaparecido ni un gramo de ella: controlaba la pelota frente a tres rivales y la sacaba a la banda; la ponía de tacón con la misma astucia; y mudaba el esférico al pie o al hueco, en el milímetro exacto. Tiraba las faltas con la misma aptitud suprema. Y como no podía ser menos, definía desde los 11 metros aguantando hasta el último segundo, y engañando al cancerbero, con la misma tenacidad.

Maradona encontró a su yo ideal cuando en un partido contra el Zaragoza, en el Pizjuán, encuentro que ganaría por 1 a 0 con gol del Dios del fútbol desde los 11 metros, al ir a la esquina del campo, a sacar un córner, encontró una bola de papel. La elevó, le dio dos toques de zurda, uno de diestra, y terminó entregándola al público con el taco izquierdo: ése era Diego, un prestidigitador de la pelota.


Así, la temporada fue larga, jugó 26 partidos, marcó seis goles: de penalti ante el Zaragoza y el Rayo Vallecano; de falta ante el Celta de Vigo, con un latigazo imparable al palo del portero; de volea al Sporting de Gijón, tras un control orientado con el pecho, digno de un mago con prosa de arcángel. Además, también anotó contra el Gimnástico Alcázar de Segunda B, en partido copero, tras una jugada personal que definió con el interior; y marcó al Mérida, de penalti, en la misma competición. 

Por otra parte, dio once asistencias de gol. Sacaba las faltas con la maestría del mejor lanzador de todos los tiempos. La pelota cogía una parábola perfecta que llegaba diligentemente a la cabeza del compañero: Nadie ejecutaba con esa precisión robótica.


Frente al Valencia, en el Pizjuán, dio un pase monumental a la espalda de la defensa del equipo Che, que sirvió a Suker para que con una vaselina magnífica batiera al valencianista González. Carlos Martínez, de Canal Plus, sólo pudo ofrecer su delectación prosódica por el gran Diego. Y por si fuera poco, en ese partido, el 10 hizo la filigrana de recibir en el área de espaldas, controlar con el muslo y deshacerse de Camarasa, a quien le rompió la cintura gracias a un tacón increíble; fue la jugada del partido, aunque no terminó en gol, porque su golpeo con la zurda salió por encima del travesaño. Tras el fallo, Maradona dio una patada de rabia a la valla publicitaria que sonorizó la garra del pelusa: personalidad narcisista sublime.


La mejor jugada de Maradona en el Sevilla fue en este partido contra el Valencia. El asteroide argentino recibió un pase de Suker y remató con el puño en forma de palomita. La pelota acabó dentro, lamiendo la red, y la gente gritó gol, pero el árbitro lo anuló. Sin embargo, era la mano de Dios del Diego, de ese ente que poseía una naturaleza futbolística medio humana, medio célica. Un jugador incapaz de pasar inadvertido en un campo de juego.


Cada vez que intervenía Diego en un partido se producía un giro de inercia. Su fuerza gravitatoria volteaba el ritmo del juego. Contra el Madrid en el Bernabéu perdió 5 a 0: una desolación, pero en el Sánchez Pizjuán, ganó 2 a 0 a los merengues, en el mejor partido del pelusa en el Sevilla, en toda la temporada. Sus controles, sus pases, sus regates… eran obra de una deidad: Hierro, Nando, Lasa y Sanchís sólo podían pararlo con falta; y provocó la expulsión de Ricardo Rocha. Todo el conjunto merengue fue una marioneta bajo la supremacía maradoniana. El astro argentino lo hizo todo, el juego urdía siempre a través de sus botas; incluso engañaba al realizador de televisión cuando sacaba una falta antes de tiempo, lo que le costó una amarilla. Con su dribbling, Diego sorteó a todo el equipo madridista; con sus controles, demostró por qué era el mejor jugador de la liga. Un mago del balompié, que en lo técnico, era el más portentoso del fútbol mundial.

Contra el Barcelona empató 0 a 0, fue un partido demasiado atascado, aunque trenzó una jugada en la que los superaba a todos, y Bakero, tuvo que frenarlo en falta cuando ya encaraba a Guardiola, quien le arrebató la pelota en otra jugada, cuando ya había dejado atrás a dos barcelonistas.


En el estadio sevillista, con Maradona en cancha, el Sevilla sólo perdió ante el Atlético de Madrid (1-3), y eso, a pesar de sus intervenciones cardinales. Como por ejemplo, una jugada de banda en la que regateó a varios rivales y puso un centro perfecto, medido a cuentagotas, que situaba a Simeone solo frente al portero, pero que no supo aprovechar el cholo, por su mal control, y por tanto, la jugada se perdió. Por otra lado, en ese partido, lanzó una falta a la escuadra que Abel Resino sacó de forma espectacular, y además, en otra jugada, tras recibir un pase en el área atlética, desde un córner botado por Conte, donó una asistencia, de largometraje nipón, al segundo palo: de tijereta, pero sin encontrar rematador.


Asimismo, si algo dio Maradona fue bronca y perversión de lo real; delirio y pasiones. Diego era un promotor de histerias colectivas. Su fantasía en las botas, como malabarista balompédico, se asemejaba a sus ademanes, palabras y gritos.


Contra el Tenerife en tierra isleña, fue expulsado al protestar al árbitro, salvajemente, un error que había cometido el juez, quien en vez de expulsar a su paisano Redondo, tras una patada fea del pelucas, que habría supuesto su expulsión, amonestó a Pizzi, argentino que acabaría jugando como futbolista con España; y dirigiendo a Chile, como seleccionador, en su victoria sobre Argentina en la Copa América de 2016. 

Maradona recibió la tarjeta bermeja y se lanzó, poseído por la ira inconsciente, contra el linier, chillando como una bestia tempestuosa sin raciocinio, sangrando a su superyó y haciendo fluir sus pulsiones más caníbales. La policía tuvo que intervenir con vehemencia, y Simeone, casi se pega con un guardia. El pelusa lo enloqueció todo. El público silbaba y aullaba contra Diego y el equipo sevillista. 

Ahora bien, contra el Cádiz, en parcela gaditana, la cosa fue más grave. La policía y sus compañeros lo agarraron con nervio porque iba directo a pegar a un jugador cadista en la zona de los vestuarios, bramando al hedor de la pulsión de hostias, la nacida en la testosterona no reprimida.


En otro encuentro, en tierras gallegas, propinó una patada involuntaria a Albístegui, jugador del Deportivo de La Coruña, al tratar de dar un pase de tijera, y le rompió el tabique nasal, lo que provocó, que el masajista del Sevilla fuera a socorrer al jugador deportivista, al estar más cerca de la acción y ver al jugador chorreando de sangre. Esto enfureció a Bilardo, quien afirmó que al rival hay que pisarlo: una filosofía pragmática, en la que compites no contra un oponente, sino contra un enemigo, por el que no debes sentir ningún tipo de humanidad, sino que debes subyugar si es necesario, y nunca, darle tu mano, así esté en un estado exangüe.


Así, el carácter avieso del argentino lució su peor cara yoica. En la jornada 37, Diego sufrió el displacer de sentirse un objeto. El Sevilla jugaba en el Pizjuán contra el Burgos. En la segunda parte, ganaba 1 a 0, y Diego recibió un balón en el área burlagesa, recortó a un defensa con una técnica prodigiosa y remató a portería, pero el guardameta la estrujó con ambas manos: hubiera sido el 2 a 0 pero no lo fue. El caso es que Maradona había pedido la sustitución en el intermedio, pero Bilardo se había negado, y el médico del Sevilla, le suministró tres inyecciones en la rodilla de antiinflamatorio, para que continuara jugando el partido, pero en el minuto 53, lo sustituyó. Diego reventó de furia, lanzó el brazalete rojo al césped, y se dirigió a Carlos Bilardo cagándose en toda la puta que le había traído a este mundo. Ése fue el último instante de Maradona con la camiseta del Sevilla, puteando y con el odio babeando gotas de aliento sazonadas por la invectiva. Desapareció, yendo a los vestuarios como el eco de la niebla, y nunca más volvió.


Maradona vivió todas las sensaciones como sevillista. Tuvo que buscar al súperhombre endogámico para demostrar al mundo que podía ser un grande; tuvo que litigar contra su sobrepeso y su rodilla adolorida, contra su inactividad… En su primer partido liguero frente al Athletic, resoplaba porque le faltaba el aliento. Llevó todos los peinados: melena larga y pelo corto, incluso lució perilla. Lloró de emoción al volver a ser hombre y retornar a un césped vestido de corto; fue expulsado por su aullido díscolo; regresó con asistencias de lujo; reapareció con goles de falta, penalti y volea; insultó a su entrenador en la desesperación de verse traicionado; tornó su cuerpo a una cancha para volver a escuchar su nombre coreado; hizo sangrar a otro compañero de profesión de una patada; halló al Caniggia a quien surtir de pases: Davor Suker… ¡lo vivió todo!


Pero, sobre todo, Diego Armando Maradona retornó al balompié, para coger la forma necesaria y poder ir a un mundial, al que fue, el de 1994, el de Estados Unidos, donde reiteró, que era el mejor del mundo, y lo era, por encima de Romario, Stoichkov y Roberto Baggio, pero el consumo de estimulantes ilegales, lo mutiló a los avernos y fue expulsado. En dos partidos demostró que era el número uno del planeta. Tenía el pase de Xavi Hernández, el regate de Andrés Iniesta y el golpeo de Lionel Messi: todo en uno. El mejor gol del mundial fue suyo: recibió un pase de Redondo, en la línea frontal del área grande, y descerrajó un zurdazo que se coló por toda la escuadra. Lo celebró mirando a cámara, con la conciencia desgajada, con la fiereza en el negror de los ojos, con un grito que salió de las entrañas pulsionales de una bestia.

Pep Guardiola: el futbolista más elegante de la historia


En la imagen, Pep Guardiola controla el balón en un partido contra Austria, de clasificación para la Eurocopa 2000, con la Selección Española, en 1999.


Pep Guardiola es ese mediocampista que ha dejado todo un legado futbolístico a nivel mundial. Su filosofía del balompié trasvasa todas las fronteras del planeta. Él fue el portador de una visión de juego divinal. Desde el ecuador de la cancha, ramificaba el campo de juego en ocho cuadrículas, y operaba, como engranaje entre la defensa y el ataque, apoyándose siempre en las bandas.

Guardiola fue el mejor cerebro de la historia del fútbol español e internacional, superado como mediocentro, por Xavi Hernández, y otros, por su limitación en el juego ofensivo, y su negación, a regatear conduciendo el balón para arrastrar rivales. Ahora bien, su cognición y su visión de juego superaba a la de cualquier otro mediocampista: Albertini, Rui Costa, Redondo, Davids, Deschamps, Vieira, Verón, Gilberto Silva, Matthäus… e incluso Zidane; todos ellos se quedaban por detrás de su intelecto futbolístico. 


El catalán no chalaneaba a los adversarios y encaminaba el balón como Zizou, en esas diagonales espectaculares que realizaba del francés. No poseía la calidad de Zidane, su control malabarista y su técnica celestial, pero su manera de entender el fútbol superaba a cualquier mente superdotada. Su pase llegaba a lugares imposibles, salidos del inconsciente, que desbloqueaban a todo el sistema táctico del equipo contrario.


Guardiola era la manija. Estructuraba al equipo, cohesionaba todas las líneas de la cancha y organizaba la táctica; era un sabio que dirigía tanto como jugaba. Desde su posición, bordeando el círculo del centro del campo, regía el juego, ordenaba todo el sistema de su equipo, canalizaba la mayor parte de los pases y los filtraba a la zona ofensiva.


Su aptitud más Suprema era la inteligencia, antes de recibir el balón, el subconsciente del catalán, ya sabía hacia dónde mandarlo. Su criterio era cristalino: buscar la opción más sencilla, tocar con el compañero más cercano para mantener la posesión, reconducir el juego cuando había atasco, cambiar de banda cuando el equipo estaba presionado; y siempre aparecer en el momento decisivo, con un carácter nervudo, para auxiliar al compañero, y dar salida al equipo con un balón corto o largo. Él hacía el fútbol sencillo, no se complicaba, porque la clave era la tenencia de la pelota.


Su golpeo preciso con ambas piernas alcanzaba en la inmensa mayoría de los casos el destino del compañero. Su toque interior sedoso embriagaba a todos los amantes del fútbol; su control del balón ralentizaba la saliva cuando acariciaba el esférico y lo mimaba, reposándolo, en los huesos del metatarso: embelesando al diletante del soccer por su galanura. Sus asistencias de gol son ya una enciclopedia del centrocampista técnico.


Asimismo, si hay algo que destaca a Pep Guardiola por encima de cualquier jugador de fútbol de la historia es su elegancia a la hora de golpear el esférico. Nadie ha sido capaz de igualar su finura a la hora de percutir el balón. Con un movimiento de cadera inigualable, si golpeaba la pelota con el interior de su pie derecho, flexionaba a media altura su brazo izquierdo, con los dedos perfectamente estirados y alineados, y con las falanges minuciosamente separadas, dejando el brazo derecho extendido, con los dedos juntos en forma de cuenco. Y entonces, de repente, se producía un clic, un pase de Guardiola, a lo Guardiola. 


Sus ademanes a la hora de correr, con sus manos encorvadas y sus falanges tensadas en una simetría magnífica, acompasados con un ritmo impetuoso, nos señalaba, que ése era el de Sampedor, el gran Pep Guardiola.


Su temple budista no le permitió perder nunca ese estilo, ni siquiera, en los momentos de máxima tensión. En la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda, cuando en el último partido de la Primera Fase, frente a Yugoslavia, España necesitaba ganar para pasar a Cuartos de Final, y empataba 3-3, el cerebro español, el todopoderoso 4, tuvo que recoger una pelota en campo propio, y la colgó al área serbia donde el tanque de Tudela, Ismael Urzáiz, cedió de cabeza a Alfonso Pérez, para que con una volea imparable provocase que el balón besara a la red por la ribera izquierda, ante un impertérrito cancerbero yugoslavo, que sólo pudo mirar cómo entraba la pelota, y todo, en el minuto 94:50, habiéndose descontado cinco minutos de añadido.


La jugada histórica brotó de la calidad técnica de Guardiola, con la sinergia de un movimiento de cadera unido a una posición de brazos y de manos propia de un marqués. Y aunque en tiempos coetáneos se proclame nacionalista catalán, cuando el balón tocó la red, corrió extático, bajo el efluvio de la gloria, hacia el banquillo español, con el júbilo de la proeza insertado en el grito de unas luminarias que se unieron a las de José Antonio Camacho, el seleccionador murciano, en un abrazo de furia, único. 


Los pases de Pep a larga distancia, sus saques de falta y de esquina, eran un peligro supino para las áreas contrarias, como la de muchos jugadores, pero nadie las ejecutó con un estilo tan refinado.


El mejor futbolista de La Tierra fue Maradona, no se sabe si aún ha sido superado por su compatriota Messi, es discutible, pero para mí, y sin posibilidad de duda, el más elegante de toda la historia fue y es, Josep Guardiola. Nadie ha sido capaz de ejercer un estilo tan escultural a la hora de atizar el esférico.


Pep Guardiola era elegancia, sabiduría y liderazgo, pero le faltó la virtud ofensiva, por ello, no brilló como uno de los grandes del fútbol internacional, pero Xavi Hernández, su discípulo, a pesar de no haber poseído su belleza de movimiento corporal en el golpeo del balón, sí regentó, una superioridad atacante en el remate, sumado a un excelente regate, algo de lo que careció Pep, y que le corona, como el mejor mediocentro de todos los tiempos, gracias en parte, por haber sido educando del cerebro más poderoso de la historia del fútbol mundial.

Guardiola & Camacho: La furia del murciano y la elegancia del catalán

Guardiola y Camacho celebran el 4-3 que materializó Alfonso Pérez contra Yugoslavia, en el banquillo español, a 10 segundos del final del encuentro, tras el pase magistral de Pep, a 40 metros de distancia, y que supuso el pase a Cuartos de Final, de la Eurocopa 2000 de Bélgica y Holanda.



Todo hombre debe combinar su lado más salvaje con su temple.
Camacho, es el murciano aguerrido, con la furia en las luminarias. Es salvaje, temperamental y colérico. Él representa a la perfección la figura del luchador: ese tipo de hombre con personalidad, humilde y trabajador, que nunca da por perdida una batalla por muy fúnebre que esté la cosa, y que siempre, se mantiene en tensión, que no amilana su voz aunque el enemigo se haya enardecido con el humo de su fusil.
Por contra, Pep Guardiola, es la figura de la exquisitez. El hombre cerebral que siempre piensa, a la décima de segundo, antes de hacer. El neocórtex de todo grupo humano que conduce a la manada y la lidera, hasta la victoria; la columna vertebral que tiene la misión de engarzar todas las piezas de un sistema. El catalán era la inteligencia impulsada por el ritmo cardíaco de un general budista, y todo, sumado, a la elegancia de un bailarín de salón: en cada movimiento, cada ademán, cada pateada.
De esta manera, el murciano es el reflejo de la viripotencia, y el catalán, la representación de la tenacidad. Y ambos, configuran la perfección deseada de todo hombre en la vida cotidiana, tan ajena a las apetencias y sueños de cada uno.
José Antonio Camacho, murciano, de Cieza, fue nombrado seleccionador de España tras la chapuza que hizo Javier Clemente, quien provocó la eliminación de la selección en la Primera Ronda del mundial de 1998, el de Francia. Conduciéndonos posteriormente, a una derrota calamitosa contra Chipre, por 3-2, en la Clasificación para la Eurocopa 2000. 
Con Camacho, llegó un nuevo aire, se descorchó la furia hispana, pues él, despertó al león, al yo salvaje que todos llevamos dentro, y muy pocos, dan mecha.
En la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda, la España de Camacho, con Pep Guardiola como cerebro, soñó con ganar la competición continental de más prestigio a nivel mundial. El equipo nacional perdió en la Primera Ronda frente a Noruega por 0-1, en un partido desastroso, y la prensa madridista, señaló a Guardiola como máximo responsable, ya que le veían incapacitado, físicamente, para dirigir a España en el fútbol de Alta Competición. Pero Camacho, fiel a su carácter rocoso, mantuvo a su mediocampista más talentoso y técnico, pues sabía de su calidad y su inteligencia.
Con Guardiola llevando la batuta, España ganó 2-1 a Eslovenia, y en el partido crucial, frente a la hermética Yugoslavia, la selección roja perdía 3-2 en el minuto 90, y sólo le valía ganar para pasar a Cuartos de Final. En ese minuto noventero, el especialista Mendieta marcó de penalti. Y se descontaron 5 minutos de descuento para intentar rozar el gol del éxtasis. Guardiola rumiaba en el campo el camino correcto, y Camacho, exhortaba con la arenga de una bestia que cree en sus discípulos.
Y en el 94, el cerebro español, Pep Guardiola, recibe el esférico, tras un rechace de la defensa serbia, muy cerca de la línea de cal de banda; recoge el balón con la escoba, yendo a campo español, con todos los jugadores de ambos equipos situados en el área yugoslava. El catalán tiene problemas para controlarlo, da un giro sobre su eje y, definitivamente, cuelga la pelota directamente al área de Yugoslavia, salvando el salto del delantero Milosevic. En lo alto, Urzáiz salta más que sus oponentes y cede con la cabeza para que Alfonso Pérez, de volea, la meta en la red, cuando quedaban 10 segundos para el final del partido, y entonces, estalla la esquizofrenia del público y de los jugadores hispanos, ésos, que siempre sufrieron sin recompensa a lo largo de tantos años. Es el gol que da una clasificación, y en el último hálito de sudor del partido.
De esta forma, como se aprecia en la fotografía, Guardiola corre hacia el banquillo español con el fin de abrazar a su mentor, José Antonio Camacho. Por un lado, se personifica al emblema viviente del barcelonismo: Guardiola; y por otro lado, se ilumina al símbolo del madridismo: Camacho. Ambos, son dos hemisferios heterodoxos de una misma filosofía que la vida, en su amanecer heteróclito, los une para educar al humano desde el deporte. Y es que la furia como fuego interior: la de Camacho, impetuosidad en estado puro, se funde con el axioma cerebral, el de Guardiola. Y los dos, eufóricos por la hazaña lograda, sólo pueden gritar y celebrar el gol, como ese aguacero de lágrimas que emocionadas, se derraman sin miramientos, por la superficie de un semblante vibrado como fruto del triunfo bélico.
Guardiola y Camacho copulan con su aliento unido la conquista de una gloria que nada tiene que ver con los valores dinerarios, que es el fruto del esfuerzo y la voluntad de potencia. La garra del murciano y la racionalidad del catalán unifican al hombre perfecto, al ente mejor consumado.
¿Por qué Guardiola pudo patear esa asistencia espectacular, a 40 metros de distancia de la portería, cuando quedaban 15 segundos para que terminara el encuentro? Porque Camacho, sabio predicador del impulso que nace del sudor, y luchador por corazón e instinto, enseñó a Pep, las artes ardorosas de la guerra, y por supuesto, Guardiola, que tenía toda la confianza de su seleccionador, a pesar de las críticas exacerbadas recibidas por el periodismo, elevó esa pelota con la sinergia de todos sus sentidos, teledirigidos, por una inteligencia celestial, y siempre, sin perder la elegancia: colocando ese balón con la galanura de un danzarín clásico. Fruto de su entrega futbolística, Guardiola fue nombrado el mejor jugador del partido.
Todos necesitamos en la vida tener al murciano y al catalán dentro, para tratar de conquistar los sueños que la azarosa vida nos impide, pero, el desequilibrio de ambos son nuestro peor enemigo, de ahí, que esta foto encarne la simbiosis perfecta, de alma y cerebro, de pasión e inteligencia, de brío y rectitud; que todos tenemos la obligación de unir en lo más hondo de nuestra psique, y en lo más ardiente de nuestro corazón, para ganar el partido, que se juega en nuestra vida, y a sabiendas, que aunque todo parezca perdido, en la última gota de luz interior, el balón puede acabar dentro.