domingo, 8 de enero de 2017

Pep Guardiola: el futbolista más elegante de la historia


En la imagen, Pep Guardiola controla el balón en un partido contra Austria, de clasificación para la Eurocopa 2000, con la Selección Española, en 1999.


Pep Guardiola es ese mediocampista que ha dejado todo un legado futbolístico a nivel mundial. Su filosofía del balompié trasvasa todas las fronteras del planeta. Él fue el portador de una visión de juego divinal. Desde el ecuador de la cancha, ramificaba el campo de juego en ocho cuadrículas, y operaba, como engranaje entre la defensa y el ataque, apoyándose siempre en las bandas.

Guardiola fue el mejor cerebro de la historia del fútbol español e internacional, superado como mediocentro, por Xavi Hernández, y otros, por su limitación en el juego ofensivo, y su negación, a regatear conduciendo el balón para arrastrar rivales. Ahora bien, su cognición y su visión de juego superaba a la de cualquier otro mediocampista: Albertini, Rui Costa, Redondo, Davids, Deschamps, Vieira, Verón, Gilberto Silva, Matthäus… e incluso Zidane; todos ellos se quedaban por detrás de su intelecto futbolístico. 


El catalán no chalaneaba a los adversarios y encaminaba el balón como Zizou, en esas diagonales espectaculares que realizaba del francés. No poseía la calidad de Zidane, su control malabarista y su técnica celestial, pero su manera de entender el fútbol superaba a cualquier mente superdotada. Su pase llegaba a lugares imposibles, salidos del inconsciente, que desbloqueaban a todo el sistema táctico del equipo contrario.


Guardiola era la manija. Estructuraba al equipo, cohesionaba todas las líneas de la cancha y organizaba la táctica; era un sabio que dirigía tanto como jugaba. Desde su posición, bordeando el círculo del centro del campo, regía el juego, ordenaba todo el sistema de su equipo, canalizaba la mayor parte de los pases y los filtraba a la zona ofensiva.


Su aptitud más Suprema era la inteligencia, antes de recibir el balón, el subconsciente del catalán, ya sabía hacia dónde mandarlo. Su criterio era cristalino: buscar la opción más sencilla, tocar con el compañero más cercano para mantener la posesión, reconducir el juego cuando había atasco, cambiar de banda cuando el equipo estaba presionado; y siempre aparecer en el momento decisivo, con un carácter nervudo, para auxiliar al compañero, y dar salida al equipo con un balón corto o largo. Él hacía el fútbol sencillo, no se complicaba, porque la clave era la tenencia de la pelota.


Su golpeo preciso con ambas piernas alcanzaba en la inmensa mayoría de los casos el destino del compañero. Su toque interior sedoso embriagaba a todos los amantes del fútbol; su control del balón ralentizaba la saliva cuando acariciaba el esférico y lo mimaba, reposándolo, en los huesos del metatarso: embelesando al diletante del soccer por su galanura. Sus asistencias de gol son ya una enciclopedia del centrocampista técnico.


Asimismo, si hay algo que destaca a Pep Guardiola por encima de cualquier jugador de fútbol de la historia es su elegancia a la hora de golpear el esférico. Nadie ha sido capaz de igualar su finura a la hora de percutir el balón. Con un movimiento de cadera inigualable, si golpeaba la pelota con el interior de su pie derecho, flexionaba a media altura su brazo izquierdo, con los dedos perfectamente estirados y alineados, y con las falanges minuciosamente separadas, dejando el brazo derecho extendido, con los dedos juntos en forma de cuenco. Y entonces, de repente, se producía un clic, un pase de Guardiola, a lo Guardiola. 


Sus ademanes a la hora de correr, con sus manos encorvadas y sus falanges tensadas en una simetría magnífica, acompasados con un ritmo impetuoso, nos señalaba, que ése era el de Sampedor, el gran Pep Guardiola.


Su temple budista no le permitió perder nunca ese estilo, ni siquiera, en los momentos de máxima tensión. En la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda, cuando en el último partido de la Primera Fase, frente a Yugoslavia, España necesitaba ganar para pasar a Cuartos de Final, y empataba 3-3, el cerebro español, el todopoderoso 4, tuvo que recoger una pelota en campo propio, y la colgó al área serbia donde el tanque de Tudela, Ismael Urzáiz, cedió de cabeza a Alfonso Pérez, para que con una volea imparable provocase que el balón besara a la red por la ribera izquierda, ante un impertérrito cancerbero yugoslavo, que sólo pudo mirar cómo entraba la pelota, y todo, en el minuto 94:50, habiéndose descontado cinco minutos de añadido.


La jugada histórica brotó de la calidad técnica de Guardiola, con la sinergia de un movimiento de cadera unido a una posición de brazos y de manos propia de un marqués. Y aunque en tiempos coetáneos se proclame nacionalista catalán, cuando el balón tocó la red, corrió extático, bajo el efluvio de la gloria, hacia el banquillo español, con el júbilo de la proeza insertado en el grito de unas luminarias que se unieron a las de José Antonio Camacho, el seleccionador murciano, en un abrazo de furia, único. 


Los pases de Pep a larga distancia, sus saques de falta y de esquina, eran un peligro supino para las áreas contrarias, como la de muchos jugadores, pero nadie las ejecutó con un estilo tan refinado.


El mejor futbolista de La Tierra fue Maradona, no se sabe si aún ha sido superado por su compatriota Messi, es discutible, pero para mí, y sin posibilidad de duda, el más elegante de toda la historia fue y es, Josep Guardiola. Nadie ha sido capaz de ejercer un estilo tan escultural a la hora de atizar el esférico.


Pep Guardiola era elegancia, sabiduría y liderazgo, pero le faltó la virtud ofensiva, por ello, no brilló como uno de los grandes del fútbol internacional, pero Xavi Hernández, su discípulo, a pesar de no haber poseído su belleza de movimiento corporal en el golpeo del balón, sí regentó, una superioridad atacante en el remate, sumado a un excelente regate, algo de lo que careció Pep, y que le corona, como el mejor mediocentro de todos los tiempos, gracias en parte, por haber sido educando del cerebro más poderoso de la historia del fútbol mundial.

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