Guardiola y Camacho celebran el 4-3 que materializó Alfonso Pérez contra Yugoslavia, en el banquillo español, a 10 segundos del final del encuentro, tras el pase magistral de Pep, a 40 metros de distancia, y que supuso el pase a Cuartos de Final, de la Eurocopa 2000 de Bélgica y Holanda.
Todo hombre debe combinar su lado más salvaje con su temple.
Camacho, es el murciano aguerrido, con la furia en las luminarias. Es salvaje, temperamental y colérico. Él representa a la perfección la figura del luchador: ese tipo de hombre con personalidad, humilde y trabajador, que nunca da por perdida una batalla por muy fúnebre que esté la cosa, y que siempre, se mantiene en tensión, que no amilana su voz aunque el enemigo se haya enardecido con el humo de su fusil.
Por contra, Pep Guardiola, es la figura de la exquisitez. El hombre cerebral que siempre piensa, a la décima de segundo, antes de hacer. El neocórtex de todo grupo humano que conduce a la manada y la lidera, hasta la victoria; la columna vertebral que tiene la misión de engarzar todas las piezas de un sistema. El catalán era la inteligencia impulsada por el ritmo cardíaco de un general budista, y todo, sumado, a la elegancia de un bailarín de salón: en cada movimiento, cada ademán, cada pateada.
De esta manera, el murciano es el reflejo de la viripotencia, y el catalán, la representación de la tenacidad. Y ambos, configuran la perfección deseada de todo hombre en la vida cotidiana, tan ajena a las apetencias y sueños de cada uno.
José Antonio Camacho, murciano, de Cieza, fue nombrado seleccionador de España tras la chapuza que hizo Javier Clemente, quien provocó la eliminación de la selección en la Primera Ronda del mundial de 1998, el de Francia. Conduciéndonos posteriormente, a una derrota calamitosa contra Chipre, por 3-2, en la Clasificación para la Eurocopa 2000.
Con Camacho, llegó un nuevo aire, se descorchó la furia hispana, pues él, despertó al león, al yo salvaje que todos llevamos dentro, y muy pocos, dan mecha.
En la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda, la España de Camacho, con Pep Guardiola como cerebro, soñó con ganar la competición continental de más prestigio a nivel mundial. El equipo nacional perdió en la Primera Ronda frente a Noruega por 0-1, en un partido desastroso, y la prensa madridista, señaló a Guardiola como máximo responsable, ya que le veían incapacitado, físicamente, para dirigir a España en el fútbol de Alta Competición. Pero Camacho, fiel a su carácter rocoso, mantuvo a su mediocampista más talentoso y técnico, pues sabía de su calidad y su inteligencia.
Con Guardiola llevando la batuta, España ganó 2-1 a Eslovenia, y en el partido crucial, frente a la hermética Yugoslavia, la selección roja perdía 3-2 en el minuto 90, y sólo le valía ganar para pasar a Cuartos de Final. En ese minuto noventero, el especialista Mendieta marcó de penalti. Y se descontaron 5 minutos de descuento para intentar rozar el gol del éxtasis. Guardiola rumiaba en el campo el camino correcto, y Camacho, exhortaba con la arenga de una bestia que cree en sus discípulos.
Y en el 94, el cerebro español, Pep Guardiola, recibe el esférico, tras un rechace de la defensa serbia, muy cerca de la línea de cal de banda; recoge el balón con la escoba, yendo a campo español, con todos los jugadores de ambos equipos situados en el área yugoslava. El catalán tiene problemas para controlarlo, da un giro sobre su eje y, definitivamente, cuelga la pelota directamente al área de Yugoslavia, salvando el salto del delantero Milosevic. En lo alto, Urzáiz salta más que sus oponentes y cede con la cabeza para que Alfonso Pérez, de volea, la meta en la red, cuando quedaban 10 segundos para el final del partido, y entonces, estalla la esquizofrenia del público y de los jugadores hispanos, ésos, que siempre sufrieron sin recompensa a lo largo de tantos años. Es el gol que da una clasificación, y en el último hálito de sudor del partido.
De esta forma, como se aprecia en la fotografía, Guardiola corre hacia el banquillo español con el fin de abrazar a su mentor, José Antonio Camacho. Por un lado, se personifica al emblema viviente del barcelonismo: Guardiola; y por otro lado, se ilumina al símbolo del madridismo: Camacho. Ambos, son dos hemisferios heterodoxos de una misma filosofía que la vida, en su amanecer heteróclito, los une para educar al humano desde el deporte. Y es que la furia como fuego interior: la de Camacho, impetuosidad en estado puro, se funde con el axioma cerebral, el de Guardiola. Y los dos, eufóricos por la hazaña lograda, sólo pueden gritar y celebrar el gol, como ese aguacero de lágrimas que emocionadas, se derraman sin miramientos, por la superficie de un semblante vibrado como fruto del triunfo bélico.
Guardiola y Camacho copulan con su aliento unido la conquista de una gloria que nada tiene que ver con los valores dinerarios, que es el fruto del esfuerzo y la voluntad de potencia. La garra del murciano y la racionalidad del catalán unifican al hombre perfecto, al ente mejor consumado.
¿Por qué Guardiola pudo patear esa asistencia espectacular, a 40 metros de distancia de la portería, cuando quedaban 15 segundos para que terminara el encuentro? Porque Camacho, sabio predicador del impulso que nace del sudor, y luchador por corazón e instinto, enseñó a Pep, las artes ardorosas de la guerra, y por supuesto, Guardiola, que tenía toda la confianza de su seleccionador, a pesar de las críticas exacerbadas recibidas por el periodismo, elevó esa pelota con la sinergia de todos sus sentidos, teledirigidos, por una inteligencia celestial, y siempre, sin perder la elegancia: colocando ese balón con la galanura de un danzarín clásico. Fruto de su entrega futbolística, Guardiola fue nombrado el mejor jugador del partido.
Todos necesitamos en la vida tener al murciano y al catalán dentro, para tratar de conquistar los sueños que la azarosa vida nos impide, pero, el desequilibrio de ambos son nuestro peor enemigo, de ahí, que esta foto encarne la simbiosis perfecta, de alma y cerebro, de pasión e inteligencia, de brío y rectitud; que todos tenemos la obligación de unir en lo más hondo de nuestra psique, y en lo más ardiente de nuestro corazón, para ganar el partido, que se juega en nuestra vida, y a sabiendas, que aunque todo parezca perdido, en la última gota de luz interior, el balón puede acabar dentro.
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