Guardiola y Zidane, de tú a tú, el 25 de junio de 2000, en el partido que midió a España y a Francia en los Cuartos de Final de la Eurocopa 2000, de Bélgica y Holanda. El francés derrotó al español, en un pugilato histórico, entre dos cerebros supremos que tradujeron dos filosofías del balompié.
Guardiola y Zidane son dos voces heterodoxas unidas por una excelente visión de juego. Guardiola es el filósofo del temple, el que exprime la sencillez del fútbol en toda su completez, buscando al jugador más próximo a su posición, arriesgando, sólo, cuando su preconsciente ha permitido filtrar que la idea de introducir el balón es la más jugosa. En otro término está Zidane. Él es más aventurero y posee más calidad. El astro francés lanza diagonales, regatea y conduce el balón llevándose a rivales: es un mediocentro ofensivo, con llegada al área y con el gatillo siempre encendido por su aliento.
En el partido frente a España, Zidane ofreció todo un recital de controles y pases. Se cambiaba la pelota de pie a pie, con el hechizo de un ambidiestro dotado de una calidad técnica celestial. Ejecutó un pase con el empeine espectacular. Sus cambios de juego y sus balones largos siempre obtuvieron recepción. Pero sobre todo, realizó jugadas de videojuego. Era el mejor del mundo. Campeón del Mundial de 1998, celebrado en su país, con dos goles suyos en la final ante Brasil
En una acción, Zidane recortó con el taco ante Munitis y llevándose la pelota con un toque de interior con la diestra, combinado, con otro toque interno, con la zurda, se deshizo de Pep Guardiola, en la línea lateral del área grande, y colocó un centro peligroso en el área. Por no hablar de sus diagonales, donde en una de ellas se marchó por velocidad de Guardiola, quien corrió detrás suya sin poder arrebatarle el esférico, para que después Zizou se marchara de Abelardo, y su jugada se truncara en falta al deshacerse de Paco Jémez con una pared.
Guardiola le midió de cerca, trató de frenar todos sus avances, y aunque Zidane se deslizó por todo el campo, por banda derecha e izquierda, controlando balones desde 40 metros y tratando de hacer paredes que en la mayoría de ocasiones no pudieron materializarse por Abelardo y Aranzábal, su fútbol siempre estuvo presente: fue el motor de Francia. Ya decía Guardiola que él era la bombilla de los galos.
Sería Aranzábal, algo candoroso, quien cometería una falta absurda cerca del área sobre Dugarry, y el vasco, recibió la bronca de Guardiola, ya que la infracción era de lo más estólido, debido a que Dugarry estaba rodeado por la infantería española y no peligraba en nada su ataque, sólo podía retroceder pero sacó petróleo. Zidane tiró la falta y la puso cerca de la escuadra. Cañizares se estiró tarde, pudo haberla sacado, pero midió mal el golpeo de salida del balón. Guardiola se enfureció con la barrera al no saltar todos sus miembros, en especial, con Alfonso Pérez, ya que la pelota se coló precisamente por su cabeza no izada ante el disparo del francés.
Guardiola creó peligro para España. Dio un pase a Alfonso, que éste entregó a Raúl, quien con su habitual cuchara, la elevó por encima, y Barthez, la sacó en un salto enérgico de milagro: un poco más alto y hubiera acabado dentro. Además, Pep envió muchos pases a Munitis, de donde vino todo el peligro de España, pues el pequeñín estaba protagonizando la locura en la banda de Thuram, quien finalmente cometió penalti sobre el cántabro, tras un recorte del 9 español.
El especialista Mendieta la metió dentro, con un toque suave con el interior y sin mirar a los ojos del cancerbero. Barthez se extendió al mismo lado donde Mendieta había lanzado en el partido anterior frente a Yugoslavia, pero el vasco cambió hacia el otro hemisferio. Raúl fue el primero en abrazar a Gaizka Mendieta, y al llegar Guardiola, el madridista le gritó al barcelonista: ¡Vamos!, con la respuesta, de una tortita cariñosa en la cara, que Pep le regaló a su íntimo amigo, abrazando después a Mendieta, por su inteligencia en la ejecución: un valor que Guardiola siempre realza.
Con el 1-1 el partido se puso muy igualado. Guardiola y Zidane vertebraban a sus equipos con el fin de proteger el balón, mantener la posesión y así alejar el peligro de sus áreas. Los dos cerebros calibraron para sus equipos la defensa más numantina.
Pero en el minuto 44, Guardiola cambia de banda y busca a Mendieta, en un pase del 4 español con el interior, en el que la pelota hace una parábola magnífica: Pep da el pase con la mano izquierda flexionada y las falanges separadas y extendidas, y la mano derecha estirada, con los dedos juntos en forma de bol. Pero Lizarazu se adelanta y lo intercepta. El vasco-francés cede para Viera, y éste encuentra a Djorkaeff, quien recibe dentro del área grande, escorado a la izquierda y remata ante la oposición de Aranzábal que no puede rechazar. Santiago Cañizares se la come en su palo: una decepción. Incomprensible que Camacho no alienara a Sergi Barjuán.
Por otra parte, Guardiola lanzó un córner con la elegancia de siempre, con el estilo de un marqués que hace danza clásica, y halló un cabezazo de Abelardo magnífico pero que retuvo la muralla de Desailly. En otra jugada, Zidane cometería falta sobre Etxeberria, cerca del área, y la jugada capitaneada por Guardiola y Raúl tuvo una ejecución desastrosa: Guardiola corrió hacia el esférico y dejó pasar el balón entre sus piernas para que Raúl rematase al palo de Barthez, quien atrapó sin problemas. Una acción previsible que no inquietó lo más mínimo.
Sin embargo, en el minuto 89 llegaría la gran oportunidad para España. Etxeberria pondría un balón en el área, que tras el cabezazo de Urzáiz, tocaría Abelardo levemente con la testa, pero que Thuram interceptaría para Barthez, a quien se le escaparía el esférico, y ante la presión de Abelardo acabaría cometiendo el penalti más tonto e inimaginable, sujetando la pierna del capitán hispano. Mendieta había sido sustituido para desgracia de los hispanos, así que Guardiola, que ya había marcado frente a Suecia, de penalti, en un partido amistoso previo a la eurocopa, se perfilaba como ejecutor, pero no se encontraba en las condiciones psicológicas necesarias para lanzarlo. Alfonso se dio cuenta de ello y quiso tirarlo, pero Raúl González agarró la pelota. El final es que lo lanzó a la grada, buscando la escuadra, cuando Barthez se había lanzado al palo contrario, un fracaso espeluznante. Francia pasó a la Semifinal y ganó el torneo después, con Zidane renombrado como mejor jugador de la competición. España, una vez más, se quedaba a las puertas.
Guardiola y Zidane se intercambiaron las camisetas. Dos jugadores que imbricaron dos filosofías en el fútbol. El primero representado por el jugador cerebral, mediocentro clásico, que desde el semicírculo, por delante de la defensa, organizaba el juego de su equipo buscando la opción más sencilla; y el segundo, el mediapunta, definido pos su verticalidad, su capacidad ofensiva, su toque malabarista, su enorme calidad técnica con ambos pies, sus controles de brujo y su increíble potestad para arrastrar rivales en velocidad con ambas piernas.
Guardiola fue a Xavi lo que Zidane fue a Iniesta. Dos filosofías que nacieron con Pep y Zizou, lástima que el Barça no fichara a Zinedine Zidane, sobre todo, tras tener en sus arcas los 10.270 millones de las antiguas pesetas, que engrosó el equipo catalán tras la venta de Luis Figo al Real Madrid. Que lujo habría sido haber visto en un mismo plantel a Guardiola y a Zidane, y haber presenciado, la fusión de esas dos líneas de pensamiento. En la temporada 2001/2002 el Real Madrid ficharía a Zidane por 13.000 millones de pesetas.
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